sábado, 24 de noviembre de 2012

Los Peregrinos





         Camino de Ambrain, el lugar sagrado que todo creyente beluí debe visitar algún día, se encontraron dos peregrinos que, compartiendo historias acerca de sus vivencias, decidieron hacer juntos el resto de su viaje. Esa noche, mientras cenaban unas alubias al borde del camino, el peregrino de más edad dijo al otro:

  • ¿Has oído hablar del Templo Oculto del sabio y venerado Ishmolá?
  • Sí, he oído hablar alguna vez de esas historias.
  • ¿Historias? ¡Nada de eso! El Templo de Ishmolá existe, y es una realidad sublime, meta y destino de todo el que quiera profundizar en el conocimiento de lo Sagrado, pues allí se encuentra la más alta Sabiduría y la suprema Felicidad.
  • Y, ¿tú cómo sabes esas cosas?
  • Porque me ha sido revelado en la Escuela de los Profundos, de la que seguro tú nunca has oído hablar.
  • No, parece que no.
  • Es una Escuela de nuestra tradición beluí, donde se imparten conocimientos esotéricos muy elevados. A ella sólo acceden los que hemos sido elegidos y preparados. Allí he aprendido muchas cosas que sólo los iniciados sabemos, pues son nuestros secretos más celosamente guardados. Entre estos secretos, se encuentra el del camino que conduce al Templo Sagrado de Ishmolá, al que sólo llegan algunos pocos entre los pocos.
  • ¿Y tu conoces ese camino, sabes cómo ir hasta allí?
  • Sí,  lo he estudiado con detenimiento, cada esquina, cada rincón, todos los obstáculos... sé como llegar hasta las mismas puertas del Templo, conozco cada una de sus fachadas con todo detalle, aunque... nunca las he visto. Espero poder ir hasta allí algún día.
  • Y si es secreto, ¿cómo es que me hablas a mí de ello?
  • Porque veo en ti a un joven muy serio y devoto de nuestra tradición, pues peregrinas a Ambrain, lo que no es normal a tu edad, demostrando así tu inquietud espiritual.
       Así, durante varias semanas andaron, comieron, durmieron y oraron juntos, y el sabio peregrino no paraba de contar y demostrar apasionadamente todos sus conocimientos al joven, incluso los detalles más concretos sobre el camino que conducía al Templo de Ishmolá.







     Un día, a sólo unas jornadas de Ambrain, el joven interrumpió el docto relato de su acompañante y le preguntó:
  • ¿Qué hay dentro del templo?
         El peregrino guardó silencio durante unos instantes, mientras miraba hacia el polvoriento suelo, y luego respondió:
  • No lo sé.
  • ¿Cómo?
  • No lo sé, como te he dicho nunca he ido hasta allí.
  • Pero... hay algo que no entiendo ¡Me has contado tantas cosas maravillosas! ¿Cómo es que conociendo todo eso que me cuentas, nunca te has decidido a visitar el Templo?
        De nuevo el sabio peregrino guardó silencio, desviando su mirada hacia otro lado, como quien quiere evitar una respuesta, y forzadamente dijo:
  • Es que no me está permitido por mis Maestros, porque... siempre fallo en una prueba.
  • ¿En una prueba, cuál?
  • La del Silencio… siempre me dicen que no sé Callar.
  • Vaya, no lo dudo.
  • ¿Cómo dices?
  • Nada, nada, discúlpame.
  • No, si no tienes que disculparte, seguro que de nuevo he estado hablando y hablando como una cotorra, incluso de cosas que no debía.
  • Pues la verdad, sí.
  • ¡Por el turbante de Harad! Lo siento. Es que me apasiona el tema, es fascinante. Por ejemplo, las enseñanzas más avanzadas dicen que en el interior del templo hay una gran sala de color rosa, en cuyo centro se encuentra una gran fuente de oro en forma de loto, que...
  • ¡Para!
  • ¿Cómo dices?
  • ¡Qué pares! ¿no te observas? De nuevo dale que te dale sin parar. Además, en realidad, la sala es azul y la fuente no es de oro, sino de alabastro.
  • ¡Vaya! ¿Y tú, joven profano, cómo lo sabes?
  • Porque vivo allí... es mi hogar.
  • ¿Qué vives allí?...  ja, ja, ja.
        El sabio peregrino soltó una larga carcajada, para después, lleno de perplejidad al ver el rostro serio y tranquilo del joven, lanzar una pregunta:
  • ¿Es eso cierto, no bromeas? ¿Cómo puede ser? ¿Y si es así, cómo es que me has dejado hablar y hablar tanto tiempo sin decírmelo?
  • Porque te lo pasabas muy bien hablando, eras muy feliz contándome todas esas medias verdades.
       El joven dirigió una mirada sonriente y afectuosa al aún perplejo peregrino, mientras tomaba un buen trago de agua fresca. Luego, plácidamente, le dijo:
  • Este viaje hasta Ambrain sólo lo he hecho por una razón, “conocerte” y ver si lo que tus Maestros contaban de ti era cierto.
  • ¿Mis Maestros? ... ¿Qué te contaron?
  • Que eras un buen discípulo, espiritual, intrépido, servicial, amante del prójimo, paciente, estudioso e inteligente, pero... que por mucho que lo intentaron, no habían podido enseñarte a callar.
        El peregrino, una vez más, miró hacia el suelo avergonzado. Luego preguntó:
  • ¿Y tú, puedes ayudarme?
  • ¿Todavía quieres visitar el Templo de Ishmolá?
  • Sí ¡lo he deseado desde hace tanto tiempo!
  • Pues quizás pueda cumplir tu deseo, pero para ello deberás demostrarme, y demostrarte, que eres capaz de guardar silencio durante las jornadas que nos quedan de camino hasta Ambrain. Debes meditar y ejercitarte en los dos principios del silencio, que son: “Silencia tu mente para que puedas silenciar tu lengua” y “Escucha, pues quien habla nunca lo hace y por tanto, no aprende”. Por el camino te iré enseñando los detalles y técnicas de estos dos principios.
  • Así lo haré, y agradezco al Cielo por haberme enviado un guía amigo tan sabio y noble como tu. ¿Me permites que te llame Maestro?
  • No, por favor, llámame sólo por mi nombre... Ishmolá.

                                                                                                                      Sugam Ogima.



1 comentario:

  1. nos dieron dos orejas y una sola boca,
    infinitos tesoro ver, oir, oler, gustar, tocar.....
    otros seres humanos de los que aprender, compartir y sobre todo Amar.
    y la maravillosa palabra GRACIAS, energía que el ciego puede ver y el sordo escuchar....GRACIAS

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