EL PROPÓLEO O PRÓPOLIS
El propóleo es una sustancia resinosa, que varía del
color castaño al negro pasando por el verde. Estas tonalidades guardan relación
con su procedencia, una fina película de
resina protectora que las abejas extraen de las yemas de diferentes árboles y
arbustos. Con sus mandíbulas recortan los fragmentos de dichas resinas, para
transportarlos tal y como hacen con el polen en sus patas posteriores. En
cuanto es depositado en la colmena, las obreras lo mezclan alquímicamente con
sus secreciones salivares enzimáticas y una proporción variable de cera, hasta
formar la pasta final, de sabor amargo y fuerte, mientras que su olor es dulce y
agradable.
El propóleo es la armadura de la colmena, que las abejas
usan para sellar todas las uniones mecánicas, tapar fisuras y levantar murallas para impedir el ataque de los
depredadores. Pero la verdadera magia de su uso, consiste en sus poderosas
propiedades antibióticas. Si imaginamos el espacio restringido de la colmena,
de apenas 50 litros de capacidad, una media de 600.000 entradas diarias de
abejas recolectoras, millares de individuos en su interior a una temperatura entre 35 y 38ºC, una tasa de humedad del 70% y un atmósfera
interior con fuerte contenido de azúcares,
todo induce a pensar en un verdadero caldo de cultivo para microbios
patógenos, hongos y parásitos. Pero en absoluto es así. Las abejas recubren con
una fina capa de propóleo la entrada de la colmena, así como todas las celdas
destinadas a los huevos, la miel o el polen, actuando como una poderosa barrera
protectora con propiedades bactericidas, fungicidas, antisépticas y
antivirales. Es habitual que los apicultores encuentren en el interior de la
colmena, los cadáveres de depredadores como ratones o lagartijas, completamente momificados
y embalsamados en propóleo, una vez muertos por las picaduras, conservados
sin el menor signo de putrefacción.
Conocedores de esto, los egipcios lo utilizaban no solo
para curar, sino también como producto indispensable en la momificación de los
cadáveres. Hipócrates lo recomendaba para el tratamiento de úlceras y heridas. Con este fin, los legionarios romanos
lo llevaban consigo cuando partían al campo de batalla. El filósofo y médico Avicena
lo usaba para tratar, eliminar y desinfectar las heridas de flechas y espinas. Pero es en Rusia donde más antecedentes
encontramos de su uso, siendo conocido como “la penicilina rusa”. Fue allí
donde comenzaron las investigaciones más completas y detalladas, que con el
tiempo se extendieron a todo el mundo, situando al propóleo como una de las
mejores alternativas terapéuticas en las patologías infecciosas y virales, que lo hacen equivalente a los
antibióticos más potentes, pero sin los problemas de resistencia que originan
éstos por su uso intensivo.
Investigadores japoneses,
han demostrado que el propóleo inhibe el crecimiento de las bacterias, impidiendo la
división celular y provocando la destrucción de la pared bacteriana. Los flavonoides
y moléculas aromáticas ejercen una fuerte acción antiviral contra la gripe, así
como en los casos de anginas, sinusitis, otitis y afecciones de las vías
respiratorias. Los herpes y la hepatitis B, pueden también ser combatidos de
manera eficaz debido a dichos componentes activos. Gracias a sus aceites
esenciales posee propiedades anestésicas locales, tres veces más potentes que
otros anestésicos y sin efectos secundarios. Posee extraordinarios efectos
antiinflamatorios. En dermatología es especialmente útil en los casos de
psoriasis, picaduras de insectos, hongos patógenos en epidermis y mucosas,
cicatrización y regeneración de tejidos en quemaduras, así como afecciones
bucales como caries, gingivitis y aftas. Es uno de los mejores estimulantes del
sistema inmunológico y un potente protector hepático.
Está compuesto por un 55% de sustancias resinosas y
balsámicas, 30% de cera, 10% de aceites esenciales, 5% de polen y 5% de
vitaminas, especialmente A y B, aminoácidos, oligoelementos y otras sustancias orgánicas.
Su poder terapéutico reside entre otros, en sus compuestos antioxidantes y los abundantes
flavonoides.
Como tomarlo
Podemos encontrar el propóleo en múltiples
presentaciones, la más común en forma de extracto alcohólico y disoluciones, de las que tomaremos entre 20 y 25
gotas tres veces al día diluidas en agua o zumos. También lo encontramos en
forma de aerosoles y pomadas para aplicaciones dermatológicas, así como en
pastillas y cápsulas, muy recomendables para las infecciones de garganta y
laringitis. También existen dentífricos eficaces para afecciones en la zona
bucal y garganta. Otra forma de encontrarlo es como pasta resinosa original
preparada para el consumo o junto a mieles y jarabes. Un consumo de propóleo de hasta 1 gramo o 25 gotas de
extracto, 3 veces al día al comienzo del invierno, es la mejor forma de
prevenir gripes y resfriados, especialmente si se combina con echinacea y
vitamina C.
VENENO DE ABEJA O APITOXINA
“Toda sustancia es a la vez veneno y medicamento, todo
depende de la dosis suministrada”
(Paracelso, siglo XVI)
Dice el profesor T. Cherbuliez, que ha sido la fuente principal
consultada para este artículo, junto a la valiosa información aportada por un
terapeuta especializado: “La abeja es un animal salvaje que acepta dejarse
domesticar por el hombre, pero bajo sus propias condiciones. Ella conserva
intacto su potencial de defensa, que puede ser mortal si no respetamos las
reglas de convivencia. Como las fieras la abeja detecta el miedo y el
nerviosismo de aquel que se acerca a ellas. Si queremos recibir dulzura, tiene que
haber interés también en darla“.
Las abejas usan su veneno para defenderse de sus
depredadores, provocando la muerte inmediata por sus picaduras. Su aguijón,
formado por dos estiletes unidos y provistos de agujas, inyecta 0,3 gramos de
veneno, secretado por una glándula de secreción ácida y otra de secreción
alcalina, siendo posteriormente almacenado en una bolsa que se encuentran en el
interior de su abdomen. El aguijón tiene dientes transversales muy pequeños con
efecto de anzuelo, que causa que quede en el interior del cuerpo de la víctima,
provocando el desgarro del abdomen de la abeja y su posterior muerte. No
obstante hemos de comentar que en nuestra experiencia personal, al tratarnos
con Apitoxina, el terapeuta nos insiste en el hecho de que sus abejas (la variedad
negra canaria) no mueren al perder en aguijón. Algo que hemos comprobado. Al contrario, después de las
sesiones de picaduras, las mantiene alimentadas con miel hasta 15 días, para
luego soltarlas con vida en las proximidades de sus colmenas.
El veneno de abeja es incoloro con un fuerte olor a miel.
Sus orígenes terapéuticos se remontan a la antigua China y Grecia, con referencias en la biblia y el Corán. Carlo Magno lo usaba
contra la gota, haciéndose picar en los pies. Pero fue el médico austríaco
Philip Terc, el que a finales del siglo XIX se convirtió en el padre de la
apitoxiterapia. Terc sufría intensos dolores debido a su avanzado reumatismo,
hasta que un día de 1868 hallándose en su jardín, sufrió el ataque de un grupo
de abejas. Al día siguiente, superando cualquier molestia proveniente de las
picaduras, descubrió con asombro que los dolores producidos por el reuma
comenzaron a remitir a pasos adelantados y la recuperación de la movilidad fue
casi instantánea. A partir de ahí consagró su vida a investigar los efectos de
la Apitoxina sobre la salud humana, durante diez años realizó todo tipo de
investigaciones, pese a ser ridiculizado y desacreditado por sus colegas, hasta que en 1768 presentó sus conclusiones
ante la Universidad Imperial de Viena. Hoy día en los Estados Unidos se tratan cada año entre 30.000 y 40.000
personas con veneno de abejas. A lo largo de los años son muchos los
apicultores que por intuición y tradición, se pican a sí mismos con veneno de
abeja para tratar sus dolencias, especialmente los dolores osteomusculares.
Numerosas investigaciones han confirmado que la Apitoxina
tiene efectos cardiotónicos. Es un fuerte anticoagulante y agente inmunológico.
Bloquea la transferencia de los impulsos nerviosos, estimulando la actividad
del arco hipófisis-suprarrenal y la producción de cortisol, que normaliza la
tensión arterial y propicia la vasodilatación, sobre todo a nivel de capilares
cerebrales. Es un potente antiinflamatorio, en dosis de 100 a 10.000 veces menor que la necesaria
para otros glucocorticoides. Disminuye la percepción del dolor. Es
especialmente eficaz en los casos de reumatismo, artritis aguda y crónica,
mialgias, neuralgias, ciáticas, migrañas, endocarditis, inflamaciones de
tejidos blandos y óseos, dermatosis, síndrome de Meniére. Actualmente se
realizan prometedoras investigaciones en la aplicación de la Apitoxina en los
casos de esclerosis múltiple y el tratamiento de algunos tumores. Los pacientes
que lo utilizan repetidamente experimentan un fuerte incremento de la energía,
regularizan su presión arterial y
disfrutan de una mejora notable en su estado de ánimo. De éste último apartado da testimonio el autor de este artículo.
Entre los componentes de la Apitoxina encontramos:
Adolapina, apamina, dopamina, hialuronidasa, melitina y diversos péptidos. Si
se consume por vía oral, no tiene ningún efecto terapéutico. Esta terapia debe ser siempre aplicada por un profesional especialista. Aunque en
Estados Unidos es cada vez más común, en casos de enfermos crónicos, que algún
familiar sea formado en su procedimiento de aplicación, recurriendo a
apicultores locales para la adquisición de las abejas.
Como se aplica
En la consulta, el terapeuta atrapará delicadamente una
abeja viva, entre los extremos
de una pinza, que posará sobre la piel en el
lugar deseado, excitando a la abeja a picar. Hemos comprobado como en ocasiones la abeja no pica donde quiere el terapeuta, sino donde ella elige. Posteriormente, en cuanto haya picado, se procede a retirar el aguijón. El primer
día verificará la sensibilidad del paciente al veneno, disponiendo siempre de
forma preventiva del material adecuado para el supuesto de reacción
anafiláctica (epinefrina o urbason). Continuará con un interrogatorio sobre
antecedentes alérgicos y problemas cardiovasculares, y realizará un test a
través de aplicación de pomada de Apitoxina en el antebrazo. Después de unos
minutos sin reacción adversa se procede a realizar una “mini picadura”, usando una
malla protectora que impide que el aguijón quede en el cuerpo del paciente.
Pasados 20 minutos sin reacción alérgica el terapeuta procederá a aplicar la
primera picadura de abeja efectiva, a la que seguirán hasta 2 picadas más en la
primera sesión. Un tratamiento básico inicial incluirá alrededor de 100
picaduras en diferentes sesiones que irán aumentando progresivamente, con un
máximo de 3 sesiones por semana. Nunca se pica 2 veces en el mismo lugar, y
jamás en un punto aún activo de la sesión anterior. A medida que avanzan las
sesiones, el terapeuta dejará el aguijón en la piel durante 2 a 5 minutos en
cada picada, al objeto de que se libere la mayor parte del veneno. Es
importante entender que cualquier reacción alérgica significativa, se
desencadenará a los pocos segundos de contacto con la Apitoxina. Pero aunque la
probabilidad de reacción alérgica es mayor en la primera sesión, ésta puede
presentarse en cualquier momento del tratamiento, por lo que el profesional
siempre permanecerá alerta ante los posibles síntomas. Durante los tratamientos no se desarrollan
anticuerpos contra el veneno, por lo que el organismo no se acostumbra y las
picaduras resultan cada vez más efectivas terapéuticamente, generando un efecto
dominó de reacciones cada vez más beneficiosas. Esta terapia debe ir siempre
acompañada de un buen suplemento de vitamina C.
Según el individuo, la respuesta del organismo al veneno
de abeja, va de un simple dolor con edema local a una reacción alérgica más o
menos seria, hasta el shock anafiláctico, en ocasiones mortal si no se dispone
de los medios adecuados para detener la reacción. Fuera de ese caso extremo, la dosis letal de apitoxina se estima en unas 1.200 picaduras para un adulto de 75 Kilos de peso. Los
estudios en este campo han demostrado que solo un 0,7% de la población presenta
una autentica alergia al veneno de abeja, y que solo el 1% de ese porcentaje
corre el riesgo de un shock mortal, o sea, el 0,007% de la población, una
persona de cada 15.000.
El uso del veneno de abeja está contraindicado en los casos de miocarditis, pericarditis,
angina de pecho, arterioesclerosis o aneurisma de la aorta. En los casos de
diabetes, insuficiencia renal, neoplasias u otras patologías, se deberá
consultar al apiterapéuta y al médico especialista sobre su conveniencia y posibles
efectos adversos.
Si estas interesado en esta terapia y vives en la isla de
Tenerife, puedes enviarnos un correo y te remitiremos a un profesional en este
campo. Si resides en otro lugar puedes buscar en internet para tu zona, ya que
esta disciplina está en auge y es cada vez más practicada y recomendada por
profesionales de la salud.
- - - - - - - - - - -
Hasta aquí esta serie de publicaciones sobre los dones
terapéuticos que nos ofrecen nuestras compañeras las abejas. Otros muchos
productos encontramos en la botica apícola: Pan de abeja (polen fermentado, con
propiedades antianémicas y antisépticas), Aromieles (miel combinada con
extractos de plantas medicinales que potencia el efecto de éstas), Cera (con
numerosas aplicaciones dermatológicas), etc. Esperamos haber despertado tus
inquietudes sobre estos sencillos, naturales y potentes remedios que nos
regalan “las hijas del Sol”, como llamaban los antiguos griegos a las abejas, a
las que vinculaban con Apolo, y os invitamos a seguir investigando sobre ellos,
aplicarlos en nuestra vida diaria y recomendarlos a los enfermos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Haz tus comentarios y aportaciones